¿Has probado a juntar silencio, vacío e impotencia en tarritos?
Sí, sí, tarritos del tamaño de una bola de helado. Fáciles de almacenar, difíciles de abrir y a los cuales ya no podrás dejar. Los guardas al fondo del congelador, esperando la oportunidad perfecta para comerlos, el mejor momento para degustarlos. Tomas la cuchara y haces fuerza para tomar una generosa porción, notas como ésta se deshace en el paladar y te estremeces de frío cuando abandona tu boca en busca de un lugar mejor. Pero en el segundo intento, todo es más fácil. Captas el verdadero sabor, las ganas de acabarlo se acentúan y pobre el que ose acercarse para arrebatártelo.
Pues lo mismo ocurre con mis paquetitos de sinceridad y lágrimas envasadas al vacío. Cuando al fin te decides a contar una parte de tus temores, cuando buscas un poco de comprensión y consuelo. Cuando sabes que nadie debería soportar los recuerdos que les brindas, cuando nadie debería intuir la desesperación reflejada en tus palabras. Brotan como si no fueran a parar jamás, nadie puede cerrar el grifo.
Pero, desde luego, la impotencia de no saber que hacer para que las cosas cambien de cauce no es más que un agravante, la indiferencia no es más que un dedo en la llaga y el egoísmo mezclado con apatía merma tus escasas esperanzas.
Y es que, al fin y al cabo, todo lleva al mismo punto: acabas por pensar que, de verdad, tus acciones no llegan a puerto, y hagas lo que hagas estará mal. Acabo por pensar que me estás buscando algo más que las cosquillas, que insistes en buscar mi límite y no sé cuanto más puedo aguantar.
Y sigues sin darte cuenta de nada. No sé si porque no puedes, no quieres o estás cambiando tanto y tan rápido que la persona que busco nunca logrará regresar. Así que paso de decirte que pares, que vuelvas. Porque ni siquiera me vas a escuchar.
Y, perdona que te diga, que exclame con orgullo que no voy a hacer lo que tú. Sé que tengo gente a mi lado, gente que me comprende, gente que al menos lo intenta y gente que no puede saber, gente que aunque la quiera no puedo recurrir. Gente que apenas puedo contar con los dedos de una mano.
Y aquí se acaba mi victimismo, porque sé que aunque muchas veces me sienta sola en medio de un montón de gente… no lo estoy. Ni yo, ni tú, ni nadie. Por más que te empeñes, por más que nos rechaces.
Me niego a seguir tu ejemplo, me niego. No seré egoísta, egocéntrica, cruel, fríamente indiferente ni despiadada, porque esto ya es insano, ni siquiera te das cuenta. Pienso diferenciar la ficción y la realidad. Porque, sinceramente, no puedo estar donde me han echado con anterioridad, porque ya no sé que más hacer…
Si me buscas, me encontrarás.
¿O prefieres acudir al narcisismo?
naylah©