domingo, 4 de septiembre de 2011

La contradicción de los problemas.


Todo el mundo tiene problemas. Normalmente creemos que los nuestros son los más importantes, independientemente de por lo que esté pasando el resto del mundo.
Es normal, algo coherente: al fin y al cabo nosotros somos los más importantes para nosotros mismos. O bien creemos que nadie puede ponerse en nuestro lugar, que nuestro dolor es más intenso que el del resto. Porque si bien es cierto que cada persona reacciona de manera distinta al dolor (tanto físico como emocional) es difícil mantenerse al margen cuando algo te toca de cerca. Y si es tan cerca que te afecta a ti directamente, bueno, pensamos que es complicado que alguien llegue a entendernos de verdad.

Pero pongamos el caso de que es una persona cercana a ti la que tiene el problema. La que está triste, deprimida, la que no consigue sonreír tras una desgracia. Un amigo cercano, un familiar, una pareja. Es esa persona a la que conoces bien la que está afectada; una persona que no te es indiferente. Y como te importa, quieres ayudarla.

Me maravilla esa gente que todavía se cree omnipotente, esos ilusos. Que con preguntarte qué tal estás y dejar que te desahogues es suficiente. Dar un par de consejos, explicarle a la persona que sufre tu punto de vista y darle tu apoyo incondicional. Creen que con esa charla el problema está resuelto, que la desdicha ha terminado gracias a sus palabras.
Durante mucho tiempo he estado en ese grupo. He luchado por ello, he dedicado horas y horas a problemas ajenos, buscando una solución milagrosa que pudiera solucionarlo. Confieso que rara vez he sentido mi esfuerzo recompensado. Pero he descubierto algo.

Está bien ponerse en el lugar de otra persona. Desarrollar la empatía lo máximo posible, aunque tú también sufras por ello al final. Pero a pesar de ello, nunca podremos saber qué siente esa persona salvo que pasemos por lo mismo. Y ni siquiera entonces. Circunstancias y circunstancias nos separan, tanto del exterior como del interior.

Espero que, hasta aquí, estéis de acuerdo conmigo. Entonces, ¿Por qué siempre recurrimos a expresiones como “sé cómo te sientes” o “sé por lo que estás pasando”? Puedes intuirlo, puedes imaginarlo, pero por muy unido que estés a esa persona, solo podrás sentir una parte de su dolor. Y esa parte es la que puedes tratar de mitigar. Depende del suceso y de la persona puede ser mayor o menor, pero nunca será completa.

A veces es necesario dejar a la persona hablar. Que te cuente cómo se siente, que vacíe sus temores, que se vuelque en ti. A veces es mejor mostrarle cómo lo ves tú como persona ajena al problema. A veces lo mejor que puedes hacer es distraerle. O expresar lo que tú considerarías la solución.
Esas suelen ser las más comunes. Pero la que yo considero más especial y también la más difícil es, simplemente, acompañar. Reconocer cuando el dolor es tan intenso, o tan desconocido para ti que rellenar el silencio con palabras quedaría superficial. En balde.

Hay que saber reconocer los momentos en los que sobran las palabras. Hay que saber reconocer cuando tu mera presencia o apoyo es lo mejor que puedes brindar. Hay situaciones en las que no puedes ni siquiera acercarte a suponer el dolor de esa persona. Y hay que saber cuando dejar que esa persona luche contra su dolor por sí misma. Con tu ayuda, sabiendo que estás allí cuando te necesite, pero por sí misma. Y darse cuenta de eso no es cobardía. No sé si es madurez. Pero sé que es algo triste e impotente a la vez.

Hacía mucho tiempo que no sentía tanta impotencia, ya que me encuentro en el lugar de la persona que quiere brindar su apoyo en una situación realmente complicada y excepcional. La distancia nos separa, y esta vez la odio más que nunca por mantenerme alejada y no poder darle un simple abrazo. Compartir un silencio cargado de significado. Sólo puedo seguir a su lado, y aunque es algo la impotencia me mata por dentro. Así que sí, permitidme ser contradictoria: dejadme buscar esa solución milagrosa, ese pincel que borre sus lágrimas y pueda pintar una sonrisa.

Dejadme creer que es difícil pero no imposible. Al fin y al cabo, siempre he sido una ilusa.

2 comentarios: